El concejal Julián Martínez reflexiona sobre el contraste entre el abandono oficial y el abrazo solidario durante los días de la inundación de 2003 y apela a la política en el sentido de servicio a la comunidad.

Por Julián Martínez

El 29 de abril de 2003 quedó grabado a fuego en la memoria de quienes vivimos en Santa Fe. Desde aquel día, las dolorosas semanas que siguieron fueron el escenario de una de las tragedias más grandes de nuestra historia: la ciudad se inundó, y con ella también nuestras casas, nuestras escuelas, nuestros sueños.

"A mí nadie me avisó" dijo el gobernador Reutemann, como si esas palabras pudieran esconder la indiferencia, la negligencia o el desinterés de un gobierno que simplemente no estuvo a la altura. Cuando el agua comenzó a entrar, no había planes de evacuación, no había alertas claras, no había contención. Hubo abandono. Hubo silencio. Hubo ausencia.

Pero cuando el Estado se retira, la solidaridad del pueblo emerge. Mientras las autoridades miraban hacia otro lado, fuimos los santafesinos quienes nos tendimos la mano. Fueron nuestros compatriotas de otros rincones del país quienes enviaron ropa, comida, remedios, colchones. Fueron los anónimos quienes, sin cámaras ni discursos, sostuvieron en pie a una ciudad devastada. Ahí aprendimos, en carne propia, que "nadie se salva solo".

Ese contraste brutal entre el abandono oficial y el abrazo solidario nos enseñó algo. Un Estado que no cuida, que no escucha, que no prevé, es un Estado que traiciona su razón de ser. Porque la política —la verdadera política— debe ocuparse de las cosas que importan: de la vida, del bienestar, de la protección de los más vulnerables. No podemos resignarnos a vivir a la intemperie y la indiferencia.

A más de veinte años de aquella inundación, la memoria no puede ser solo un ejercicio nostálgico o una efeméride dolorosa. Debe ser un acto de reivindicación: recordar para exigir, para construir, para no repetir. Recordar para que la desidia no sea normalizada. Recordar que aquel día el agua nos dejó en evidencia, pero también nos mostró de qué somos capaces cuando el otro también nos importa.

Santa Fe no olvidará nunca el "nadie me avisó". Pero tampoco olvidará que, en medio del barro y la desesperanza, los lazos humanos se hicieron más fuertes que la corriente. Y esa lección, la de que nadie se salva solo, es la que debemos sostener en cada lucha, en cada reclamo, en cada elección de futuro.

La inundación del 2003 nos dejó cicatrices imborrables. Pero también nos dejó una certeza: frente al abandono, la solidaridad puede salvarnos. Y frente al olvido, la memoria puede ser nuestro acto de resistencia.

Porque no fue "nadie" quien no nos avisó. Y porque todavía estamos acá para recordar la importancia de la vocación de servicio que, como dijera el Papa Francisco, no se trata de una cuestión ideológica porque no se sirve a las ideas, se sirve a las personas, a nuestros a hermanos, a nuestra comunidad.

Dejar respuesta

Por favor, ¡ingresa tu comentario!
Por favor, ingresa tu nombre aquí