inundación
Autor: Bernardo Gaitán Otarán

A poco de salir del agua, Adriana Falchini comenzó a trabajar por la memoria de la inundación de 2003. Participó en "Contar la inundación", "Memorias y Olvidos de la Gente del Oeste" y el más reciente "Memorias de la inundación", producido para las escuelas. En este texto, los ecos de sus producciones y su activismo.

                                                                                                ¿qué vamos a hacer?
¿poner los ojos?
¿cerrarlos?
¿poner la mirada?
¿guardarla?
¿recuperar imágenes?
¿abandonarlas?
(Memorias y Olvidos de la gente del Oeste)

Con estas preguntas en sus cuerpos llegaron hasta nosotrxs lxs fotógrafos y escritores del grupo que dio en llamarse Memoria Urgente. Caminaban entre las calles barrosas, las casas devastadas, la oscuridad de los atardeceres aquellos de toques de queda, helicópteros y gente en los techos del improvisado hábitat comunitario nocturno. Caminaban junto a nosotrxs, nos miraban y escuchaban. Testigos sensibles e impotentes, como nosotrxs. En una de las travesías en canoa hasta el parque Garay nos ayudaron a desplegar algo de muebles rotos, objetos rescatados del agua del patio y fotos mojadas que pudimos sacar nadando en la propia casa. Las dispusieron una a una sobre el pasto. En medio del caos de seres extraviadxs y objetos sin razón vieron como las fotos se empezaban a diluir a medida que el sol se apagaba. Detuvieron algo de la implacable ley de la nada. Las juntaron, se las llevaron y ahí comienza a desencadenarse la memoria urgente.

Al día siguiente, llega a la casa refugio de autoevacuada, también al atardecer, uno de ellos con las fotos y un pedido: "¿Podrás escribir algo a partir de ellas?". Volvía la pregunta ¿qué vamos a hacer con ellas?. En medio de mi extrema precariedad dije que ya no sabía si iba a volver a  escribir alguna vez porque lo había perdido todo: la compu, mi biblioteca, mis papeles, mis cuadernos, mis lapiceras. La vida se había vuelto supervivencia cotidiana, lejos de las pulsiones de la escritura que me habitaron hasta el 29 de abril.  Se fue, le pedí a Fer (mi compañera fundamental por esos días) que me prestara unas hojas y una birome. En la pequeña cocina, a la noche, cuando todos dormían desparramé las fotos y empecé a escribir “Por qué no me avisaron”. Mientras escribía resonaban las voces y las miradas de todxs lxs vecinos que encontré deambulando por Avenida Freyre y las veredas del parque Garay en  la mañana del 30 de abril cuando quisimos volver a nuestras casas, creyendo que el agua habría bajado, y no pudimos (porque había subido aún más). Doble la hoja y la puse en el bolsillo.

A la mañana siguiente, en otra vereda llena de trastos se aparece otra vez Edgardo en su bicicleta para buscar el papelito doblado  porque habían logrado que, junto a las fotos rescatadas, se publicara en El Litoral del domingo. Y, así fue, a los pocos días de aquel 29 la memoria urgente salía publicada. De ahí en más, ese colectivo de jóvenes armado en medio del caos, escribió y fotografió todo el tiempo. El libro Memorias y Olvidos de la Gente del Oeste selecciona cuidadosamente parte de ese  material que nace de encuentros íntimos donde , a pesar de todo, veinte personas se atrevieron a hablar y a ser fotografiados , desde adentro, en los escenarios extraños que el agua había dejado. Así lo prologan “Hablar no es fácil, y además, no siempre se puede {…} la palabra aleteando detrás de los ojos, monólogo del alma. Palabras que se entramaron con las de quienes escuchaban y dispararon la foto. Veinte voces y cuarenta fotos que hablan por todos los hombres y mujeres del Oeste.”

Antes que sea libro, fue exposición de fotos itinerante en la ciudad y en todo el país. Había en el aire una conciencia inconsciente  de que había que registrar, tomar nota, dejar constancia porque cuando bajara el agua y se lograra volver a la anunciada “normalidad”, pregonada por el gobierno de turno, las huellas de esta devastación se iban a ocultar y llegaría el olvido. Le temíamos al olvido que ya se prefiguraba a medida que pasaban los días. La lucha de los organismos de derechos humanos habían transmitido esa dura enseñanza. Por eso, la memoria debía ser urgente. Había que dejar constancia del “No me avisaron”, de las secuelas subjetivas, familiares y comunitarias. Estos trabajos de memoria revelaron los negativos de lo que no se quería reconocer: el oeste de ciudad olvidado antes, durante y después del 2003. Y, sobre todo, dejar constancia que detrás de cada número de la estadística hay un rostro y una historia. “Aunque la guerra entre el rostro de un olvidado y la velocidad de la máquina cotidiana de triturar sea desapareja, desigual, injusta, la elección de mirar detenidamente las historias comunes es el camino que elegimos para darle algún sentido a la mirada”.

Pasaron 22 años, sobre la pregunta del título lxs inundadxs hicimos lo que pudimos. No se ha logrado que se reconociera la responsabilidad penal sobre todo lo sucedido ni tampoco una indemnización para los afectadxs. Pero sí se ganó la batalla discursiva, la justicia popular condenó a los responsables y la memoria siguió batallando. Del mismo modo que Edgardo me trajo las fotos y me impulsó a escribir; así sigue la voluntad de acompañar a recordar en distintos ámbitos y con distintas formas. Me aparecen las más ligadas a mis pasos, pero la lista es mucho más amplia. Pienso en el Birri promoviendo el ejercicio de memorias comunitarias; en la Comedia Universitaria que posibilitó la producción teatral Flota; en el material didáctico disponible para todas las escuelas producido por Carpa Negra y Ciudad Futura; en la iniciativa wikiactivista Archivo Inundación.

Los primeros gestos de memoria surgieron de la impotencia, del ¿qué vamos a hacer?. Esa impotencia fundante se convirtió en potencia de escritura, abrigo para lxs inundadxs, voz colectiva. Memorias y Olvidos de la Gente del Oeste, como otros tantos trabajos de memoria, siguen siendo fundamentales para traer noticias de las experiencias subjetivas y sociales que nunca se terminarán de contar. Estas fuentes directas están disponibles pero cada año se renueva el compromiso de que vuelvan a decir y significar en actos de memoria renovados y recontextualizados.

Aparece, entonces, el desafío de por qué, cómo  y para qué recordar. Sabemos que recordar la inundación nunca podrá ser cómodo porque es un pasado que no termina de pasar. Los recuerdos dolorosos y traumáticos son costosos para hablar y para escuchar. Por eso, se necesita un marco, una forma de organizar las memorias concretas que permita elaborar sentidos integradores y colectivos.

Las memorias emblemáticas también son riesgosas, pueden decretar “qué recordar” y “qué olvidar”. Estos riesgos se debilitan cuando se tiene en cuenta la historicidad de los recuerdos, las referencias a experiencias y hechos concretos, pero sobre todo cuando esas experiencias y hechos se pueden pensar y sentir como experiencia real compartida. “Todos somos inundados” fue la bandera que encabezó la primera marcha. Entendimos también que había mucho que hacer en las ciudades para que las catástrofes socio-ambientales no nos lleven la vida puesta. Así lo decía Analía mientras baja los ojos en la foto “Todo eso que pasamos y los que no va a pasar, va a estar conmigo. Esté acá o en el medio de Australia. No quiero que la cuestión pase solo por la casa, porque ya me pasó que teniendo todo se me fue así, de un día para el otro. Entonces, quiero que las cosas estén más allá de mi casa”.

¿Qué vamos a seguir haciendo?

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