"Estrellas Anónimas" rescata los años dorados del rock local entre 1989 y 1996, a través de testimonios de músicos, periodistas y productores. Su presentación en Stanley Bar reunió pasado y presente con la vuelta de Yeytes al escenario.
En una ciudad donde las guitarras eléctricas saben abrirse espacio desde hace más de seis décadas, pero en la que casi nadie se ocupó de dejar registro, apareció un libro que viene a ordenar un poco la memoria. Estrellas Anónimas no es solo una colección de anécdotas: es un acto de justicia documental con la historia del rock santafesino, esa que se vivió y se vive con mucha intensidad, pero que todavía depende demasiado del boca a boca. El único antecedente más o menos serio que sirve como material de consulta es el 65/75 Comarca Beat, que obviamente dejó el juego abierto para continuar el relato con lo que vino después. Más que eso, hasta ahora, había poco y nada.
Este nuevo libro, en cambio, se mete de lleno en una etapa clave: los años 1989 a 1996. Una escena que mezclaba democracia joven, tribus urbanas, cassettes grabados en casa, fanzines, bares, sellos independientes, todo en medio de un país que, como siempre, estaba cocinando el caldo de una nueva crisis socioeconómica. Así y todo, las bandas estaban ahí. Tocando, armando movidas, bancándosela. Igual que ahora.

Luis Canalis, Juan Manuel Ferreira y Pablo Tomati —periodistas, productores, tipos con bastante kilometraje en el palo— se tomaron el laburo de rastrear ese pasado. Y como suele pasar, apenas empezaron a tirar de la punta del ovillo, la historia empezó a contarse sola. “A medida que íbamos contactando músicos de distintas bandas, te hacían puente con otro, y así seguimos recolectando tantos testimonios que nos retrasamos un año tratando de ordenar todo eso”, contaron durante la presentación. Ese desborde, más que un problema, fue una señal: hay una necesidad real de dejar constancia de la historia del rock santafesino.
En el prólogo, los autores ya daban una pista clara de esa urgencia documental: “Nos encontramos con una escena musical extremadamente fértil y, a la vez, con un enorme vacío de registros sobre esa etapa. Todo eso nos impulsó a buscar a los protagonistas, uno por uno.” Y la búsqueda fue larga, coral, casi arqueológica. En sus propias palabras: “Al principio pensábamos en un libro corto, apenas una referencia. Pero apenas abrimos la primera puerta, aparecieron tantas voces que entendimos que estábamos ante algo más grande.”
Anoche, durante la presentación en Stanley Bar, Hugo Tredici —histórico músico y divulgador del género, sobre todo en radio— lo dijo sin vueltas: “Cuando empecé a sacar los cassettes que tenía de todas estas bandas, empecé a rebobinar y dije: cuánta movida que hubo en Santa Fe. No lo dimensionaba realmente.” Sin su archivo personal de demos, grabaciones caseras y flyers, Estrellas Anónimas habría sido bastante escueto. Lo que Tredici guardó durante décadas, hoy es patrimonio cultural. Y eso no se lo debemos al Estado, sino a tipos que cuidaron su archivo como quien guarda una herencia.
Y ahí está el corazón del libro: su potencia como archivo colectivo. Porque no solo recupera voces, sino que las hace convivir en estado de conversación. No es un inventario de glorias pasadas, ni un álbum de figuritas para nostálgicos. Es un documento de época y, al mismo tiempo, una hoja de ruta para entender la historia del rock santafesino. Lo que impulsa a sus autores es también una idea de futuro. Dejar registro para que las nuevas generaciones de músicos, periodistas y melómanos puedan saber qué pasó, dónde se tocaba, quién escribía las crónicas, quién hacía luces, qué bandas pusieron a Santa Fe en la ruta del rock nacional.
Estrellas Anónimas, que por ahora se puede comprar por acá, democratiza la memoria. Por sus páginas pasan no solo nombres pesados como Cabezones o Carneviva, sino también los sellos, bares, bandas y fanzines que armaron la escena desde abajo. Frente a la ausencia de políticas públicas para cuidar esa historia, este libro la salva del olvido con lo mejor que tiene: la voz de los que estuvieron ahí.
Látigos en el aire
La presentación fue anoche, lunes 31 de marzo en Stanley, justo en la primera tardenoche con frío frío de otoño. Músicos, periodistas, fans de la vieja guardia, familiares, amigos se juntaron igual para el acontecimiento. Algunos ya con más gaseosa que birra, cuidando las rodillas pero con la misma pasión de siempre por las canciones y por las iniciativas que mantienen a la movida, justamente, en movimiento. En la pared norte del bar, como santo patrono de la movida, una gigantografía de Keith Richards custodiaba la diestra del escenario. para la vuelta de los Yeytes, una de las bandas emblema del sonido stone en Santa Fe. Como dijo Fede Di Pasquale desde arriba del escenario: “Nos gusta más decir stone que rolinga”. Con su formación más estable —los hermanos Carlos y Marcelo Porta, Hongo Perrone, Mauricio Helú, Fede Di Pasquale y la participación especial de Joaquín Helú en trompeta—, Yeytes volvió a hacer lo que mejor sabe: rock and roll para mover las patitas.
Después de 28 años, se subieron a tocar con una onda que contagiaba. Arrancaron aplausos sinceros, gritos, chiflidos de manija y dejaron flotando la sensación de que, cuando una banda tiene química, el tiempo no se nota. Aunque el libro habla de trash, punk, reggae, pop, lo que unificó esa noche fue el amor por el rock. Y aunque Yeytes lo tenía guardado, dejó claro que no se desafilaron.

Lo que pasó en Stanley no fue solo la presentación de un libro, fue también una reivindicación de la memoria, del territorio y el lenguaje compartido. Y ahora, gracias a este texto de 485 páginas, también es archivo. O como lo escribe el propio Fede Di Pasquale en el capítulo final: “Más allá de los estilos, del sonido, de los discos grabados, los cassettes o los boliches, había una pulsión: decir algo, tocar con otros, habitar la noche, dejar huella. Si eso no es cultura, ¿qué es?”. rock santafesino