Los testimonios de quienes vivieron en su infancia la inundación del 2003 en Santa Fe.
Un nene y su amiguita están solos en una casa alejada cuando empieza a subir la marea. Mientras el agua se apodera del paisaje uno sonríe, el otro se preocupa. Parecen más chiquitos ante la inmensidad de las olas. Sin embargo, a través de la magia logran agrandar una lanchita de juguete que funciona a vapor, a la que luego se suben para partir en busca de la madre del niño. Para ese entonces el agua ya entró a la casa y todo es maravilloso, brillan las amebas, los barcos flotan como barriletes y los peces nadan entre las cosas del patio y las amarras. En ese acto ambos crecen, se inflan (así como inicialmente ocurrió con el barco) hasta volverse además de los protagonistas, los héroes de esta película japonesa de Studio Ghibli, Ponyo en el acantilado. La película prosigue y ellos encaran una aventura surreal que no deja de hablarnos del cuidado, el descuido y la infancia.
De este lado de la pantalla, en que no disponemos de los trucos de la ficción, sabemos que son principalmente los niños quienes necesitan y dependen del amparo y el cobijo de los adultos. Responsables de garantizar su bienestar son tanto aquellos que los rodean prodigando un cuidado inmenso y constante (afecto, abrigo, la estabilidad de una rutina, cuatro comidas diarias, tiempo para jugar todos los días, ambientes seguros, etc.); como aquellos que están a cargo de las instituciones y del Estado, que deben ocuparse de que el cuidado se prodigue más acá y más allá del hogar (salud, educación, vivienda, alimentación, etc.). Hablamos de derechos universales que cuando se vulneran trastocan el orden esperado dejando las infancias a la intemperie.
Gran parte de la población quedó desamparada a finales de abril del 2003 cuando el río Salado inundó un tercio de Santa Fe, arrasando en apariencia con las perspectivas, al achatar los volúmenes de las casas bajo la planicie rasa que el agua dibujó junto a los techos. Muchos adultos se tornaron de golpe demasiado chiquitos y muchos niños se asumieron bruscamente grandes. En alguna medida, aunque con dispares condiciones de vulnerabilidad, la sociedad en su conjunto se encontró en el común de la desprotección y la incertidumbre.
Nosotras, como tantos otros y otras, formamos parte de una generación cuya infancia estuvo atravesada por esa gran inundación. Éramos niñas ingresando en la adolescencia cuando, por negligencia política, el río cubrió el cordón oeste de la ciudad. Y aunque ya hace tiempo dejamos de serlo, guardamos en la memoria la marca de haber pasado por la inundación a cierta edad. Por alguna razón, es una experiencia que al día de hoy no deja de inquietarnos y nos vuelve a convocar en el hacer en torno a la misma. Quizás se debe a que lo que hacemos es muy poco frente a la magnitud no solo del caudal de agua que ingresó a la ciudad, sino también de la inoperancia del momento y de la impunidad todavía persistente.
Durante el 2021, sentimos la necesidad de registrar y dar difusión a las singularidades de las historias de nuestros pares en relación a la catástrofe. Por un lado, porque sabíamos que hasta entonces sus miradas no habían sido documentadas con sistematicidad y, por otro, porque al preguntarnos acerca de cómo contarle la inundación a quienes no la vivieron, consideramos que a partir de la experiencia de los niños y adolescentes de entonces podría alzarse un puente capaz de acercar la vivencia a los jóvenes nacidos después del 2003. Preocupación que nos trasciende, si tenemos en cuenta que también el año pasado se sancionó la ley Nº 14.037, según la cual en las escuelas debe tratarse el “Día de la Memoria y la Solidaridad de la Inundación de Santa Fe y alrededores”. Iniciativa que celebramos y pretendemos acompañar con el material que aquí presentamos.
Así fue que decidimos emprender un libro que saldrá en 2023 en la editorial Vera Cartonera, dentro de la colección Quiloazas de no ficción, y hacer esta columna de publicación quincenal. Para esto, invitamos por medio de una cadena boca a boca a amigos, compañeros y vecinos de entre veinte y treinta y seis años a remontarse aproximadamente dos décadas atrás para relatar sus recuerdos en torno a la inundación.
Con esta propuesta no apuntamos a recuperar la mirada, de por sí inalcanzable, de los niños que ya no somos, pues no se nombra el mundo de la misma forma a los 11 que a los 30. De alguna manera, estas entrevistas son una forma de ponerle (de seguir poniéndole) palabras casi veinte años después a una experiencia personal y colectiva desmesurada. Contar la tragedia desde el presente es habilitar un espacio para la fábula de la memoria, es resignificar el pasado y descubrir las huellas que vivir esa circunstancia durante la infancia dejó en los adultos que nos tornamos.
Así como el río removió lo que las casas llevaban dentro, durante las entrevistas removimos los recuerdos en busca de marcas. Las que dejó el agua en las paredes, líneas pardas como renglones infinitos extendidos de cocinas a jardines. Las que borró el agua, como aquellas trazadas por los padres durante años en los marcos de las puertas para señalar el crecimiento de sus hijos. Las que impuso el agua, al obligar a crecer de repente a los más pequeños. Las que expuso el agua, a modo de frontera entre el este y el oeste. Dicho de otro modo, las marcas de las injusticias evidenciadas en la desigualdad entre quienes tuvieron que evacuarse y quienes no necesitaron hacerlo, entre los que pudieron alojarse en la casa de algún familiar y los que debieron refugiarse de manera improvisada en escuelas o clubes.
Las charlas que tuvimos a través de videollamadas e intercambios de audios, guiadas por una lista de preguntas, nos permitieron recopilar una serie de narraciones que hilan el antes, el durante y el después de la tragedia. Son testimonios que no pretenden dar cuenta del hecho histórico con rigurosidad, pues para eso existen otro tipo de documentos. A fin de facilitar su lectura, presentamos aquí cada una de las entrevistas editadas en forma de relato sin las interrupciones propias del diálogo.
Para conocer el acontecimiento al que aluden las experiencias narradas que se publicarán en las próximas ediciones de esta columna, sugerimos la lectura del artículo publicado en este mismo periódico por Juan Pascual, Crónica del horror y el abandono (2013). También recomendamos sus otros textos Refugiados: de la tragedia a la organización (2012) y A mi casa no entran negros (2019), que constribuyen al análisis de las desigualdades sociales patentes al ocurrir la catástrofe. Además, el documental La lección del Salado, realizado por el canal de cable C&D, recupera todo el archivo audiovisual del momento, exponiendo la manera en que fue vivida la situación por distintos actores con el paso de las horas y los días. Otros testimonios, informaciones y reflexiones en torno al tema pueden encontrarse en los libros Contar la inundación (2005), coordinado por María Angélica Hechim y Adriana Falchini; Verdades locas contra impunes mentiras. Fábula política inundada bajo el Reino de los Fangos (2011) de Jorge Castro; Lo que el Salado sigue gritando diez años después (2013) de Miguel Cello, Julieta Haidar y Carlos del Frade; A mí nadie me avisó. De crímenes hídricos y monumentos de hormigón. Apuntes para subvertir el silencio oficial (2013), organizado por las agrupaciones universitarias Andamio, Mate y Martín Fierro junto con el Centro Cultural y Social El Birri y el Colectivo Editorial 4Ojos, entre otros.
Esta columna se suma a las producciones mencionadas con el objetivo de seguir cambiando las redes de silenciamiento y echar luz sobre un colectivo cuya voz en relación a la tragedia hídrica casi no fue registrada. La multiplicación de relatos que proponemos es fruto de la insistencia y del entendimiento de que, así como la construcción de la memoria colectiva y el reclamo de justicia, también es nuestra responsabilidad el cuestionamiento acerca de los modos en que la desidia estatal sigue afectando e impactando de manera dispar la forma en que vivimos, habitamos y hasta recordamos la ciudad.
Por Emilia Spahn y Larisa Cumin
Instagram: @ninasyninosdelainundacion
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